La arquitectura hospitalaria es una disciplina fundamental para garantizar que un centro de salud brinde atención médica de calidad. No se limita a diseñar y construir un edificio, sino que busca proyectar espacios que tengan un impacto positivo en la salud y bienestar de los pacientes, familiares y del personal asistencial.
Uno de los grandes desafíos a los que nos enfrentamos los arquitectos en el campo de la arquitectura hospitalaria es que el hospital no es un edificio que la gente elige visitar. A diferencia de los restaurantes o espacios públicos, diseñados para atraer a los usuarios, los hospitales habitualmente son visitados por necesidad. Los pacientes y sus acompañantes normalmente llegan con miedo e incertidumbre, o incluso desinterés, con la esperanza de permanecer el menor tiempo posible dentro. Frente a este panorama, surge una pregunta crucial: ¿cómo diseñar un edificio al que nadie quiere entrar? ¿Puede la arquitectura influir positivamente en la experiencia del paciente y reducir el estrés asociado a la hospitalización?
La arquitectura hospitalaria que conocemos hoy es resultado de siglos de evolución de la medicina, cambios sociales y avances tecnológicos. Disciplinas como el arte y la arquitectura son un reflejo de la época a la que pertenecen, expresando las preocupaciones o prioridades de la sociedad.
En la antigüedad, las civilizaciones grecorromanas construían santuarios dedicados a la sanación, rindiendo culto a Asclepio, el dios de la medicina. Estos templos curativos llevaban el nombre de Asclepeion y recibían a los peregrinos que buscaban ser curados por los sacerdotes.
En la Edad Media, los hospitales formaban parte de los monasterios de órdenes eclesiásticas y ofrecían asilo a enfermos, peregrinos y pobres. Su enfoque estaba más dirigido al cuidado y caridad que a la cura de enfermedades, pues no se suministraban medicamentos. Posteriormente, se asignaron médicos y enfermeros competentes a los hospitales monásticos, erradicando gradualmente la concepción mística de la salud.
El Renacimiento introdujo un enfoque más racional, que indudablemente impactó en la arquitectura de los hospitales. El Ospedale Maggiore de Milán (Figura 1) es un ejemplo emblemático de este período, pues se trata de un edificio dividido en secciones según especialidades médicas y capaz de expandirse en función de las necesidades. Se comenzaron a identificar aspectos científicos y humanitarios en el diseño, y las dimensiones de los hospitales incrementaron notablemente. Posteriormente el Barroco, en línea con su estilo, desplazó el foco hacia la monumentalidad de los edificios e instituciones.
Con la revolución industrial, los hospitales evolucionaron hacia instituciones especializadas y organizadas, acompañados de grandes avances de la medicina y enfermería moderna. La implementación de la anestesia significó un gran avance para la cirugía. Se tomó conciencia de la importancia de la higiene, la asepsia y la prevención de infecciones, dando origen al movimiento del higienismo, que también impactaría en el diseño de la vivienda y las ciudades. Se introdujeron conceptos como ventilación, luz natural, sistemas de abastecimiento de agua, normativas higiénicas y el uso de materiales que faciliten la limpieza. Así, toma protagonismo la tipología pabellonal (Figura 2) en la arquitectura sanitaria, que tendría luego una gran influencia en la arquitectura latinoamericana de los hospitales escuela. El hospital pabellonal inicialmente era un conjunto de pabellones vinculados por senderos entre patios al aire libre, donde cada edificio estaba destinado a un servicio. Más tarde, la practicidad de circulaciones derivó en pabellonados semi cubiertos o cubiertos.
Posteriormente y gracias a avances tecnológicos como el ascensor, surge el edificio monobloque, que consistía en un hospital compacto. Pretendía resolver el conflicto de circulaciones del hospital pabellonal, pero las posibilidades de expansión y crecimiento del hospital se veían limitadas. En consecuencia, se plantea el hospital polibloque, que combina ambos antecedentes en un edificio de paquetes funcionales comunicados por circulaciones verticales u horizontales.
La Primera Guerra Mundial marcó el inicio de una revolución quirúrgica, que estuvo acompañada de avances en radioterapia y microbiología, entre otras disciplinas. Luego se avanzó hacia la especialización y las cirugías programadas, marcando el desarrollo de técnicas de diagnóstico, cuidados pre y post operatorios, y en consecuencia de las unidades de cuidados intensivos.
Simultáneamente, Argentina experimentaba una gran ola inmigratoria que desempeñó un papel crucial en la configuración del sistema de salud argentino. Surgen los hospitales de colectividades extranjeras que continúan vigentes hasta la actualidad, como el Hospital Italiano (Figura 3) y el Hospital Alemán. A mediados del siglo XX, el sector público comenzó a ocupar un rol central en el sistema de salud argentino, que también influyó en la arquitectura hospitalaria.
En el siglo XX también tuvo lugar la introducción de la tomografía computarizada y la resonancia magnética, que exigen espacios de características cada vez más específicas. A finales del siglo XX, ya se hablaba de eficiencia operativa y confort del paciente. Un reflejo de este pensamiento es el hospital de tipología sistémica, que considera los flujos de trabajo, logística, infraestructura y gestión por procesos. Es complejo de diseñar y exige planificación, dando como resultado un hospital flexible y con posibilidad de expansión. Un ejemplo de esta tipología es el Hospital Garrahan, cuya planta se estructura por pastillas y calles que permiten desarrollar el programa médico-arquitectónico sin limitaciones estructurales.
En la actualidad, los avances están marcados por la tecnología y sustentabilidad. Sin embargo, eventos como la pandemia de Covid-19 nos desafían a enfocarnos también en la capacidad de los hospitales de dar respuesta a crisis imprevistas. Esto exige que los centros de salud sean flexibles y resilientes para el futuro.
El concepto de hospital líquido hace referencia a un enfoque en el diseño y funcionamiento de hospitales, tomando como premisas la flexibilidad y adaptabilidad no solo de los espacios, sino también de los procesos. Surge del concepto de liquidez de Zygmunt Bauman, que aborda la fluidez y cambio permanente de las sociedades modernas. El sector sanitario no es ajeno a estos cambios, especialmente en materia de transformación digital.
Un buen diseño hospitalario debe equilibrar diversas variables: desde la optimización de circulaciones y flujos de trabajo hasta la humanización del ambiente sanitario. Para lograrlo, es necesario que los arquitectos reciban una formación exhaustiva que les permita comprender los procesos y actores involucrados en un centro asistencial. El trabajo interdisciplinario con ingenieros clínicos, biomédicos e informáticos es crucial. Además, es fundamental involucrar en el proceso de diseño a los futuros usuarios de los espacios, incluyendo al personal asistencial, de mantenimiento, administrativo y de limpieza, como también a los pacientes y sus acompañantes.
Una herramienta indispensable es el plan regulador arquitectónico, que se desarrolla en base al plan maestro. Este último es un documento estratégico que guía el desarrollo y crecimiento del hospital, contemplando objetivos a corto y largo plazo dentro de la misión y visión institucionales. Por su parte, el plan regulador arquitectónico organiza y optimiza la infraestructura construida y prevé la incorporación de eventuales nuevos sectores y tecnologías.
Se podría afirmar que la arquitectura hospitalaria debe contemplar tres aspectos clave: eficiencia operativa, seguridad y calidad, y confort.
En cuanto a la eficiencia operativa, es fundamental diseñar un sistema de circulación que distinga claramente entre las áreas públicas y las técnicas o restringidas. Es crucial tener una visión integral del hospital, ya que limitarse a diseñar un único servicio sin considerar su relación con el resto del conjunto sería un grave error. Una circulación eficiente puede influir significativamente en la optimización de recursos. Por ejemplo, a la hora de instalar un equipo de grandes dimensiones, como un resonador, no solo debemos considerar el camino para su ingreso al servicio, sino también planificar su futura salida y reemplazo.
Por otra parte, un arquitecto hospitalario debe ser capaz de entender la demanda real de una sociedad, para lo cual es esencial conocer el sistema de salud y la red de hospitales de la región. De esta manera podrá colaborar en el diseño de un plan factible y coherente con los objetivos y recursos de la institución.
El diseño de hospitales seguros colabora con la reducción de enfermedades intrahospitalarias y minimiza el riesgo de eventos adversos. Toda intervención constructiva que tenga lugar dentro de un centro de salud debe seguir un riguroso protocolo de control de infecciones. El hospital es un edificio vivo que no interrumpe su funcionamiento, complejizando enormemente el trabajo de obra. Por ejemplo, el proceso de recuperación de un paciente intubado podría verse perjudicado por el ingreso de partículas de polvo a la unidad de cuidados intensivos. El arquitecto hospitalario deberá contemplar barreras de polvo y ruidos, circulaciones alternativas, enroques y etapas de ejecución dentro del cronograma de acción.
Para brindar una atención de calidad, es clave la búsqueda de la mejora continua. La arquitectura puede incidir en la atención recibida, independientemente de la expertise del personal asistencial. Por ejemplo, una habitación con niveles de ruido elevados o falta de iluminación natural afectará el ritmo circadiano del paciente.
Finalmente, el confort está íntimamente asociado a la humanización de los espacios. Un diseño que incluya principios de neuro arquitectura y permita el ingreso de luz natural, facilite la orientación, estimule los sentidos, considere el diseño ergonómico, e incorpore elementos naturales como vegetación puede colaborar considerablemente en la reducción del estrés. Los hospitales están asociados a entornos hostiles, blancos y fríos, que pueden afectar negativamente al estado de ánimo de los pacientes, sus familias y el personal.
Aunque la arquitectura hospitalaria aún no recibe el reconocimiento que debería como disciplina en Argentina, su importancia se manifiesta día a día. El rol del arquitecto hospitalario abarca diversas áreas, como el mantenimiento de un hospital, el diseño de proyectos y planes reguladores, la dirección y ejecución de obras, e incluso la gestión y logística. Este campo de acción es amplio y emocionante, pues tiene el potencial para no solo optimizar el funcionamiento interno de los hospitales, sino también de mejorar significativamente la experiencia humana dentro de estos.
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